Acabamos de atravesar nuestra primera crisis con los virus.
De verdad que no podía imaginarme a lo que me enfrentaba con un bebe bastante
malito hasta que lo he vivido.
El martes pasado paso mala noche, despertándose cada hora, como
es habitual en él, pero emitiendo pequeños quejidos de lamento. Cuando se despertó,
como yo ya estaba con la mosca detrás de la oreja, observé que respiraba por la
boca y parecía como más cansado, así que rapidito le baje al pediatra.
Efectivamente tenía algún pitido, y aunque lo habíamos
cogido muy a tiempo, tenía una bronquiolitis. Hasta ahí fue todo bastante bien,
comencé a darle los aerosoles y yo tan contenta de haber frenado la evolución y
no llegar a peores… ilusa de mi.
Por la tarde comenzó a subir la fiebre hasta 39, con la
consecuente bajada al pediatra y aumento de aerosoles, y ya desde entonces el
nene no levantó cabeza hasta hoy que parece que vuelve a sonreir.
Por suerte la bronquiolitis se controló bastante bien y no
llegó a mayores (conozco varios casos de ingreso hospitalario por estos
motivos), pero el pobre ha estado fatal después de que los mocos empezaran a
salir del pecho para alojarse en su garganta y nariz. Apenas come, apenas
duerme, apenas sonríe… ayer nos asustamos mucho porque el bajón fue tremendo,
hubo un momento que no conseguía abrir ni los ojos para reir, por suerte mejoró
por la tarde y yo pude tranquilizarme.
Las noches han sido terroríficas. Creo que puedo compararlas
con los primeros días del nene en casa, cuando apenas dormía un par de horas. Como
el peque no podía respirar bien en cuanto caía dormido se asustaba y se
despertaba chillando. Nos levantábamos y ahí empezaba de nuevo la odisea,
volverle a dormir, volver a acostarnos y volverse a despertar chillando, así
cada 15 o 20 minutos.
Por suerte, la segunda, ya a la desesperada y viendo que íbamos
a tener que pasar por una noche casi en vela, probé a usar su carrito (si… ese
que antes odiaba tanto) y ¡milagro! Se durmió apenas caer en el. A partir de ahí
el trabajo nocturno se facilitó, ya que aunque los despertares eran casi los
mismos, por lo menos en el carro no tardaba 20 minutos en dormirle, y con unos
cuantos meneos caía rendido.
Así que temporalmente (espero) el colecho ha abandonado
nuestras vidas, porque el nene ha decidido que tanto las noches como las
siestas las pasa en su carro. Todavía alucino escribiendo esto… hace apenas dos
meses parecía que lo estábamos matando metiéndole ahí.
Ahora la moda es decirme “pues vete acostumbrando porque en
cuanto empiece la guarde va a tener cada dos por tres”. Pues una cosa os digo,
como sean tan gordas como esta, capaz de pedirme hasta una excedencia. No me
puedo creer que los catarros que se cogen en las guarderías sean de este calibre
siempre… dios santo… pobres míos de ser así…
Así que si antes estaba asustada por cómo se las iba a
apañar mi chiquito para dormir en la guardería, ahora estoy aterrada con esos
malignos seres microscópicos, ¡los virus!
Por suerte hoy comenzamos a remontar, y parece que ya
empieza a comer algo y a querer jugar. Ahora los que tenemos que recuperarnos
somos los papas, que como buena familia cuando uno pilla algo, ¡lo pillamos
todos!